Todos tenemos un lugar secreto, este lugar puede ser físico, un patio, un parque, un rincón de nuestra casa. Este lugar secreto puede ser también un lugar espiritual, un momento de oración, una experiencia. Este lugar puede ser también un hermoso recuerdo, que nos trae la calidez del amor y la protección.
Todos tenemos un lugar al cual acudir cuando estamos tristes, pero particularmente es un lugar donde no hay otro ser humano, es un lugar donde estamos a solas con Dios.
Cuando estoy decaída, pero también cuando estoy muy alegre, mi memoria hace un viaje hacia el pasado, allí me encuentro en año 1998, año en el cual comienzo a ser adolescente, año que está marcado por un gran acontecimiento en mi vida, el abandono de mi padre.
A tan corta edad experimenté un gran abanico de emociones encontradas, soledad, miedo, tristeza, desconsuelo, ansiedad, desolación, rabia, pero a la misma vez amor, la persona que más amaba en el mundo se alejó, se fue, me abandonó a mí, a mi hermana y a mi madre.
Ver llorar a mi madre me partía el alma, no entendía cómo una persona podía amarte y al otro día era capaz de irse y comenzar una nueva vida abandonando a su familia.
Dios fue mi sostén en este tiempo, porque las palabras de mi madre no me consolaban, le preguntaba a Dios en mi oración- ¿Por qué papá se fue? ¿Por qué nos abandonó? A causa del dolor, mi madre, mi hermana y yo dormíamos juntas en la cama matrimonial, este gesto significaba que estábamos juntas sufriendo y consolándonos.
Pero es aquí, en mi mayor dolor, donde pude experimentar el Abrazo de DIOS. Gracias al apoyo de nuestros familiares, con mi pequeña familia quebrada, pudimos salir adelante. Mi tía Ana nos acompañaba llevándonos siempre a orar. En una misa de Renovación Carismática, en un momento de alabanza, le entregué a Dios, con mis doce años, todo el sufrimiento que sentía, le decía cómo extrañaba a mi padre, y la vez expresaba todo el dolor que sentía por su abandono.
Hubo un momento cuando las lágrimas no paraban de salir de mis ojos, cuando sentí una calidez que me inundó, de repente me sentía en el regazo de Dios, para mí era Jesús quien me colocó en sus piernas y tomó mi mano Izquierda y en ella, dibujaba una cruz con su dedo. Sentí un gran amor que me inundó. Él enjugaba mis lágrimas y acariciaba mis heridas, él, en ese momento, no me sacó el dolor, no me prometió que todo cambiaria, él no pronunció palabra. El Señor Jesús me consoló en mi angustia, sentía cómo las palabras que tantas veces leí en el catecismo de primera comunión se hacían realidad, “Dejen que los niños vengan a mí”.
¿Cómo pudo pasar esto? A 23 años de estos sucesos solo puedo decir que el Señor desde mi niñez, me remarcó a través de mis experiencias de vida, que Él es mi único apoyo. Ese día quedó marcado en mi alma, Dios me abrazó, me colocó en su regazo y sin decir palabra realizó la señal de la cruz en la palma de mi mano. Es en la cruz, en el clímax de nuestro dolor donde Él está presente consolándonos, brindando su abrazo de amor y calidez.
Hoy mi pequeña familia es feliz, mi madre quedo sola entregándose al servicio a Dios y a su familia, mi hermana Natalia se caso y tiene tres hijos, y yo me entregue a Dios en la vida religiosa Consagrada en la Pía sociedad Hijas de San Pablo. Las tres realizamos nuestro proceso de perdón, las tres nos dejamos abrazar por Dios.
Hna Noelia Raquel todo
Hola,hermana, hermosa enseñanza que nos diste hoy.gracia hermana Noe...que sigas bien y haciendo más ..un abraco